Si eres de estos últimos, no te tortures, lo llevas en tu ADN. Y es que varios estudios científicos han sido capaces de vincular unos determinados genes asociados al sentido del gusto y el olfato, con la capacidad de detectar ese saborcillo a lavavajillas.

El instinto de supervivencia nos lleva a percibir ese aroma como algo venenoso, y por consiguiente a rechazarlo. 
Lo más curioso es que podemos superar la aversión si le damos una segunda (y tercera, y cuarta) oportunidad al hierbajo.

La primera vez que yo probé un plato con cilantro (un milhojas de verduras) pensé que se les había caído un chorro de Fairy en él. ¡Puaj! Poco después empecé a viajar con frecuencia a Portugal y allí lo consumen a mansalva, especialmente en uno de mis platos favoritos: Amêijoas à Bulhão Pato. ¡Buenísimas!

Desde entonces mi cerebro dejó de percibir ese sabor como una amenaza y ahora me gusta tanto que hasta lo cultivo yo misma para tenerlo siempre a mano.

Pero tengo que reconocer que no es un cultivo fácil:

  • Necesita luzar solar directa pero no aguanta las heladas ni el calor excesivo. Si lo cultivas dentro de casa busca un lugar soleado, y si lo cultivas en el exterior protégelo durante los meses más fríos y los más cálidos.
  • Es importante mantenter una humedad constante en el sustrato sin encharcarlo.
  • Necesita más sustrato de lo que puede parecer para ser una planta relativamente pequeña, si lo siembras en maceta elige una de por lo menos 5 litros de capacidad, con una profundidad mínima de 25 cm.
  • Es una planta anual y sube a flor bastante rápido si las condiciones no son ideales. Si ves que ocurre, corta las flores e intenta buscarle un lugar mejor.